Cuando días atrás, recordaba ese miedo a volar ya estábamos a unos cuantos miles de metros en el aire rumbo a Lima, Perú; para hacer el trasbordo a nuestro destino: Bogotá, Colombia. En ese tan anhelado viaje, nos esperaban veinte días para recorrer lo mas que pudiésemos y que mejor que una bella guía oriunda de esa misma ciudad, una rola como les dirían allá, que a demás era mi novia.
Al llegar, nos hospedamos en la casa de su familia donde me recibieron como uno más y me hicieron sentir como en casa; desayunamos huevos fritos, tomamos varios tintos por la tarde y conversamos sobre nuestra cultura, costumbres y posiciones socio-políticas.
Los días que siguieron, hice amigos, conocimos hermosos lugares como el Centro Histórico, el Museo del Oro, una fábrica de Café y unos días antes de nuestro regreso… una de las cosas que más había deseado, las playas del mar caribe. Ya sin ese miedo a los aviones, volamos a Cartagena de Indias y de allí en colectivo a Santa Marta.
Esta vez más que una ironía es una experiencia para decirles que si tienen la oportunidad de conocer, no dejen de hacerlo. Es algo de lo que nunca me voy a olvidar, las personas tan correctas y amables, la seguridad que te hacen sentir, los hermosos paisajes urbanos y naturales entre montañas, selva, ríos y mar; y ese aroma a café que parecía no querer irse.
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